Cuando sentimos olor a gas, inmediatamente se encienden las alertas. Tomamos todas las precauciones, comprobamos posibles fugas, cerramos las llaves de paso, ventilamos y abrimos las puertas y ventanas para que entre el aire y así evitar que ocurra un desastre. El reportaje conocido hace algunos días sobre la empresa Metrogas, es una de esas alertas que nos debiese motivar a abrir ventanas y ventilar lo antes posible para mitigar los impactos en el ecosistema empresarial, corrigiendo aquellas situaciones que en el pasado pueden haber sido consideradas dentro de un rango de normalidad aceptable.
Y es que, afortunadamente, ha habido una evolución en los estándares sobre cómo se entiende la responsabilidad social y la licencia con que operan las compañías. Y no lo digo a la luz sólo de lo que ocurrió tras el estallido social, sino que me refiero a lo que está ocurriendo desde la acción del sistema empresa, los organismos internacionales como la OCDE o las Naciones Unidas y de los reguladores, que han ido paulatinamente elevando la vara para medir los impactos que los negocios causan en las esferas sociales y ambientales. La gobernanza de las empresas emerge entonces como un asunto crucial y de la más alta cualidad ética y estética para llevar adelante procesos productivos sostenibles en el tiempo.
No sólo se corrió el velo de lo que antes era normal y que hoy es inaceptable. Estamos hablando de que, en el nuevo contexto social, político y económico, la ganancia monetaria no se justifica a cualquier costo. El caso expuesto en el mencionado reportaje no sólo es un golpe a la reputación de la compañía, sino que es una fuente de indignación para los consumidores, reguladores y legisladores que bien podrían impulsar modificaciones para cambiar las condiciones de mercado.
Hay una conciencia no sólo nacional, sino que mundial respecto de la nueva relación entre empresas y los derechos de las personas, las comunidades y el mercado que está cada vez más asentada y legitimada, sobre todo porque se entiende que las personas están en un pie de desequilibrio frente a las empresas. Y la equidad hoy es un valor relevante y necesario para lograr un desarrollo humano equilibrado, por lo que cualquier abuso es ahora intolerable. Ante el aumento forzoso del precio del gas, es evidente que la empresa y las empresas deben sacar lecciones, pero lo más relevante es entender que estas acciones ya no son aceptables y que como sociedad debemos ir adoptando mejores prácticas que vaya en favor de mercados más transparentes, más legítimos y sostenibles. Lo bueno es que en esto hay un profundo consenso en que las empresas deben ayudar a resolver problemas o desafíos de la sociedad que no pueden ser abordados exclusivamente desde los Estados. ¿Cómo seguir? Con más propósito, con más foco puesto en la legitimidad de la acción de las organizaciones, ventilar y detectar a tiempo las fugas, porque el olor a gas puede ser signo de serios riesgos.