Chile, un país de parcelas
Por Tamara Agnic[1].
Una parcela es una porción de terreno usualmente destinada al retiro, el esparcimiento, para huir del estrés, descansar y desconectarse. Puede estar en el campo, cerca del mar o en la cordillera, pero el concepto es el mismo: está en un lugar alejado en donde no podamos o al menos sea difícil comunicarse con el exterior. En suma, es la división de un terreno más grande en porciones más pequeñas y aisladas. Ese enfoque es el que nos ha perseguido como país prácticamente desde su fundación y que es el que suele utilizarse en nuestros procesos de gestión en el Estado, el proceso legislativo, las empresas, el planeamiento económico y, por supuesto, el cumplimiento normativo y las nuevas exigencias en materia de sostenibilidad ambiental, social y de gobernanza.
Vivir en parcela es estar en mi casa, con mi familia, con mis mascotas, con mis invitados y con mis cosas. Eso, traducido al lenguaje de la gestión corporativa, es operar con mi equipo, con mis metas, con mi modelo de gestión, con mi estilo de liderazgo, con mi gobernanza, con mis socios y en contra de mis competidores, con mis normas, con mis planes de ajuste, con mis estándares éticos -si es que los hay- y con mi percepción de lo que es sostenible para mi institución.
Silos, parcelas, estancos, llámenlos como quieran, pero es una constante en la forma en que buena parte del mundo de la gestión política, empresarial, organizacional y hasta académica, asume sus tareas para llevar adelante el propósitode cada organismo del Estado, cada gobierno, cada compañía o cada unidad productiva. Mis metas, mi forma de hacerlo, mis estándares.
En mi experiencia tanto en el mundo público como en el sector privado, es sorprendente la cantidad de veces que pude constatar cómo áreas y equipos de una misma institución jamás habían colaborado o intercambiado información básica y corriente para mejorar sus procesos de gestión, su impacto o siquiera para saber en qué está cada área. Esto se ve, por ejemplo, cada vez que llega un nuevo gobierno y empieza por aplicar la política de tabula rasa dando a entender que siempre debemos refundar todo, corregir todo y enmendar todo, en el entendido de que llegamos a este mundo sin ideas o principios innatos y que todo nace a partir de nosotros.
Si hoy entendemos que el desarrollo sostenible nos impulsa a satisfacer las necesidades del presente sin comprometer ni poner en riesgo las de las generaciones que vienen, esa es la base de todos nuestros esfuerzos por poner freno al cambio climático y las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), por levantar Objetivos de Desarrollo Sostenible que hagan la vida de millones más equitativa, o por detener el avance del crimen organizado y su relación con graves atentados contra los derechos humanos.
Por qué hablo de las parcelas. Porque la forma en que hemos venido enfrentando este tipo de desafíos suele ser parcelado y no holístico. Pongo como ejemplo la Política Nacional contra el Crimen Organizado que coordina a 17 instituciones públicas, dejando fuera todo el sector privado que es el que es utilizado por el crimen organizado para mover el dinero que esa misma política trata de encontrar y requisar. Suena insensato, pero es lo que provoca el sesgo de la parcela.
Si aplicamos esto al enfoque ASG, es evidente que hay conciencia por cumplir con la regulación nacional -y en algunos casos internacional- sobre emisiones y otras como la huella hídrica, circularidad, disposición de residuos y responsabilidad social, pero esencialmente pensando en evitar las sanciones y mantener la reputación intacta. Se ha avanzado notablemente en todo lo referido a transparencia de los indicadores ASG a través de nuevos esfuerzos por reportar y homologar la data no financiera, la gestión de los riesgos socioambientales y, sobre todo, la adopción de una cultura de cumplimiento, ética y responsabilidad corporativa sincera y efectiva.
Pero voy a plantear algo complejo, aunque real. Me consta que en muchas empresas existen silos o parcelas a la hora de enfrentar los proyectos y compromisos de descarbonización o reducción de emisiones en iniciativas puntuales, como traspasar una flota de vehículos que operan con diésel a tecnologías no contaminantes, como electromovilidad o hidrógeno verde, por ejemplo. Mientras las gerencias de asuntos públicos o corporativos firman estas metas ante la opinión pública, las gerencias de operaciones se quejan en privado porque estas medidas “no flotan” o “no son viables” por costo-oportunidad.
El tema es cómo superar el enfoque de parcela. Hay que partir por entender que la corrupción, el crimen organizado, el cambio climático y la amenaza que éste supone a nuestra supervivencia o la aspiración del desarrollo sostenible, no son problemas que aquejan por un lado al gobierno, a las empresas y a las comunidades por otro. Estos desafíos nos atañen, amenazan y afectan a todos grupal e individualmente y, de acuerdo con eso, debemos responder de manera colectiva, coordinada, sistemática y transversal. Si seguimos respondiendo por separado, va a ser difícil que estas acciones tengan un impacto profundo o significativo ante la magnitud de la tarea.
Puesto en la práctica, sería razonable que las gerencias corporativas y de operaciones de compañías que tiene metas en materia de reducción de emisiones, como las mineras, por ejemplo, pudieran trabajar genuinamente en que los compromisos adquiridos sean resultado de un convencimiento corporativo y no sólo del trabajo de unidades estanco. La ética y el cumplimiento en materia de sostenibilidad tiene mucho más que ver con co-construir relatos y confianzas que, con números y métricas. Eso ha costado mucho que las divisiones operativas y las altas direcciones lo entiendan.
Para enfrentar desafíos complejos como los que he descrito, no podemos seguir operando bajo la lógica de unidades separadas y enfocadas en metas y objetivos propios, sino que tenemos que ser capaces en algún momento, de establecer algún nivel de transversalidad en el diagnóstico, la implementación de acciones y el logro de soluciones, dejando atrás la desconfianza y descrédito de la cultura interna.
Es evidente que la obtención de instituciones más responsables social y ambientalmente, el logro de objetivos comunes en materia de sostenibilidad o de combate a males sociales como el delito transnacional o la corrupción, requiere de trabajo conjunto y generosidad para compartir experiencia e información. Las parcelas, deben quedar pare el descanso y la merecida desconexión, pero para todo el resto, se necesita todo lo contrario.
[1] Socia y Presidenta de ETICOLABORA – Directora Académica Diplomado Implementación y Gestión de Compliance con Perspectiva ESG de la FAE UDP