La Real Academia de la Lengua Española (RAE), en su primera acepción define la palabra conciencia como el “Conocimiento del bien y del mal que permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos, especialmente los propios”. Es decir, se trata de una valoración de lo que nosotros mismos u otras personas hacen de manera correcta o incorrecta.
¿Pero debiésemos limitar esta definición únicamente a la persona natural? A mi juicio no. Debiese dar pauta para que las personas jurídicas, también tratadas hoy como ciudadanos corporativos, den inicio al camino por adquirir más conciencia. Pero ¿conciencia de qué? De lo que la misma definición señala: del bien y del mal que producen todos sus actos.
Las organizaciones más sostenibles deben combinar una esencia que trascienda los tiempos, y una evolución que se adapte a ellos considerando de manera coherente la generación de valor para los accionistas, la adecuada rendición de cuentas, el manejo del costo, innovación, un claro compromiso con la libre competencia y una nítida apuesta por el bienestar y trato justo de quienes integran la organización.
Pero la conciencia, si bien es un muy primer paso, es mucho más. Esa búsqueda no puede quedar limitada a un adecuado y legítimo logro de utilidades y ganancias económicas, a los aspectos de cumplimiento normativo, social y ambiental o a las relaciones de la organización con sus grupos de interés más directos, sino que las empresas deberían tener en el horizonte a aquellas conexiones insospechadas, aquellas que parecen improbables, pero que pueden generar en un futuro mediato o inmediato alguna afectación patrimonial o reputacional no sólo para la organización, sino también para el entorno donde se habita. Un pensamiento integrado que debe plasmarse asimismo en un management integrado. Se trata de elevar el estándar de sostenibilidad o -más bien- de la supervivencia del negocio bajo el concepto de extensión en el tiempo, considerando las mayores dificultades que hay y habrá para conseguir las legítimas utilidades, pero en un contexto de cambio climático, de mayores exigencias sociales, de menores disponibilidades de recursos naturales y sociales, así como de mayores necesidades globales. Si bien el camino es largo y requiere determinación y perseverancia, la invitación es a que las organizaciones comiencen a meditar para situar la atención en la propia conciencia, llevándolas a la búsqueda de una sabiduría profunda que las conecte mejor con la realidad.