El reciente y bullado caso de un cineasta condenado por abusos sexuales ha hecho visible un tipo de corrupción del que casi no se habla y que se produce cuando la moneda de cambio no es dinero o especies, sino los favores sexuales. Durante décadas y en muchos ámbitos de la vida pública y privada, mujeres fueron víctimas de este tipo de extorsión mediante la cual se les pedía sexo a cambio de mejores sueldos, mejores posiciones laborales o incluso, mas indigno aún, acceder a un trabajo o condiciones básicas de subsistencia.
Estas conductas hoy las podemos distinguir con un nombre y estamos hablando de la sextorsión. Un tipo de soborno que ahora sale a la luz pública y del que podemos hablar con todas sus letras. Mejorar una posición en una empresa o servicio público, aparecer en más papeles en películas, acceder a soluciones express en el aparato público, conseguir beneficios sociales o incluso salvar multas o sanciones a cambio de actos de índole sexual es un tipo de corrupción y un delito.
Este tipo de situaciones ha tendido a afectar principalmente a mujeres y a mujeres vulnerables puesto que la precariedad y la urgencia por alcanzar mejores prestaciones sociales, beneficios o soluciones hace que sean ellas las que se han visto más expuestas a la extorsión sexual. De hecho, las mismas desigualdades de género que vemos en las estructuras de poder político, económico y social hacen que los hombres tiendan a estar en una situación de privilegio y de dominación frente a la administración de beneficios o soluciones desde el aparato estatal o las compañías.
De ahí, el paso a la posibilidad de ejercer presiones indebidas en el campo sexual es alta y lamentablemente vemos cómo estos casos no disminuyen. En la actualidad, hay mayor consciencia entre las potenciales víctimas de que este tipo de solicitudes son inaceptables y que constituyen un delito grave. Pero hay que avanzar un poco más.
Los modelos de prevención de delitos y los canales de denuncia de las organizaciones -sean públicas o privadas- debieran ir incorporando este tipo de protocolos de manera más explícita ya que ha quedado en evidencia de que se trata de un problema social complejo, que se produce mucho más de lo que queremos admitir y que requiere de una mirada especializada. En tal sentido, es necesario que los modelos preventivos o de compliance asuman los enfoques de género en todas sus líneas ya que hoy no sólo es una corriente en boga en los estilos de gestión, sino que es una exigencia que los reguladores están observando con mayor atención en el desarrollo de la gobernanza de las empresas. La extorsión sexual es una forma de violencia de género, pero también es un mecanismo de corrupción. Debemos ser capaces de ver las transgresiones a la ética con mayor amplitud, más profundidad y osadía, entendiendo que la corrupción siempre busca caminos nuevos y réditos que le valgan al delincuente la posibilidad de crear un esquema para dañar. Y en este tema, no nos podemos callar.