Uno de los debates públicos que como sociedad tenemos que enfrentar con mayor urgencia es sobre cómo construimos una economía sostenible más allá de los aspectos relacionados con el cambio climático. Es cierto que el calentamiento global es un asunto de máxima gravedad más aún cuando nuestro país es uno de los que se verá más afectado por el aumento de las temperaturas y los efectos del cambio global del clima, tanto en términos de la modificación de los entornos productivos para la agricultura, la ganadería o la pesca, como en lo que se refiere al aumento del nivel del mar, entre otros impactos.
Hay un dato alarmante: hasta el año pasado eran más de 180 las comunas que tenían un decreto de escasez hídrica entre Atacama y Los Lagos, con unos ocho millones de personas sometidas a algún tipo de racionamiento de agua. Agencias internacionales han alertado acerca de cómo el aumento en el nivel de las aguas por efectos del derretimiento de los casquetes polares, podrían afectar seriamente los asentamientos humanos costeros, muchos de ellos en la zona austral de Chile.
Pero no sólo hay que preocuparse de los asuntos climáticos. El Foro Económico Mundial ha alertado que el nuevo contexto en el que operan las empresas se ha transformado no sólo por el cambio climático, sino también por fenómenos como el creciente malestar social, la demanda por mayor inclusión o una mayor conciencia sobre los derechos humanos. Igualdad y acceso a oportunidades económicas más equitativas son aspectos que las sociedades hoy están demandando de manera más activa. De hecho, el estallido social de 2018 fue una muestra palpable en nuestro país de que algo subyace al modelo y que tenemos que abordarlo.
El mismo Foro Económico Mundial recomienda que para que el modelo de economía de mercado siga prosperando, las empresas deben mejorar su resiliencia y el concepto de licencia social de operación, asumiendo un compromiso más profundo con la creación de valor a largo plazo que abarque demandas más amplias de las personas. ¿Como cuáles? Calidad de vida, conciliación de la vida laboral y familiar, cuidado del medio ambiente, observancia estricta de los derechos humanos o relaciones más equilibradas entre empresas y comunidades y clientes.
Esto puede verse, por ejemplo, en cómo han ido evolucionando las exigencias de reporte de los aspectos no financieros para las empresas en los temas ambientales, sociales y de gobernanza, o en cómo la sociedad demanda hoy comportamientos más éticos y responsables de parte de las compañías. La tolerancia al fraude, el engaño o la corrupción se está agotando y prácticamente hoy es inviable para empresas o instituciones incurrir en conductas reprochables desde la esfera de la integridad. Es por esto por lo que la sostenibilidad hoy nos llama a pensar el sistema económico más allá de lo meramente ambiental y nos obliga a hablar de las personas, sus derechos y el rol que le cabe al mundo privado en ese esfuerzo.
Ya no se trata sólo de no contaminar el aire o las aguas, ahora debemos preocuparnos de no dañar la ética y la dignidad de una ciudadanía cada vez más consciente de sus derechos.